miércoles, 7 de septiembre de 2011

Aquella Canción

por Lucas


La pesada carga no correspondía al kilaje de lo que acarreaba  sobre los hombros. Esas cintas enganchadas que caían por la espalda para fundirse en una bolsa;  un saco lleno de sentimientos, de historia, de idas y vueltas; de momentos inolvidables, y de tantos de instantes. Segundos que arremetieron sin preguntar, sin llegar a proferir ningún tipo de ademán; ni presentaciones ni bienvenidas. Cualquier tarde, simplemente, ese instante sucedió.
La situación; una siesta cualquiera, el sol lamía las baldosas cociéndolas al mismo ritmo con el que cada día, se deja caer sobre la seducción del horizonte. Seducción con la que todos tropezamos alguna vez, sino siempre.
Él a paso ligero, calle abajo; y sobre un portal con portero eléctrico se dejaban ver mil ventanas abiertas, una en particular en el primer piso del edificio, que s
e elevaba un poco más que el resto, con las cortinas colgando por fuera, eran de un color que imitaba al del cielo aquel día. El inmueble era secundado por dos gomeros que regaban la fachada gris con la comedida sombra necesitada, que no oponía objeción y parecía congelada, casi pintada sobre la pared principal de la construcción.
Al pasar por allí, el tranco amainó gracias a una melodía eterna, sonidos que se volvieron tan familiares como ecuménicos. El caminante, no cedió su paso, incorruptible a la hora de moverse y cumplir bajo la frialdad del reloj, fue entonces su mente la que había quedado imantada con aquel himno, una vez más. Aquel pequeño viaje para cumplir con la obligación pactada el día anterior, deber el cual ofertaba darle un giro a su rutina diaria (que es su vida), acabaría con aquella eufonía insuflada en el subconsciente, no hizo falta el jarabe, ni la  inyección endovenosa. Los sentidos festejaron y abrieron paso a la endorfina; ese instante ya era recuerdo, el del recorrido hacia lo que había que hacer, el de la tarde soleada, el de aquella canción.

sábado, 23 de abril de 2011

Buenos Aires: tan lejos, tan cercana

(Por Esteban Moore)

 Encandilados por el pasado -su  peso específico
‘el pudo haber y no haber sido’ atormentándonos
salimos del museo La Casa de la Estrella
y caminamos
bajo el límpido firmamento venezolano
las calles de la parroquia de La candelaria,
         el barrio viejo de Valencia
donde el presente -al compás de bocinazos
        y músicas de estruendo a todo volumen-  
                                   asume sus pretensiones

Ya sedientos de horas al sol
                entramos a La Guarita

 Ordenamos sardinas a la parrilla
                             /la especialidad de la casa
         mucho limón para condimentarlas
         y bebimos Solera Verde
                                        /bien helada

Desde un viejo tocadiscos -gastados vinilos
desgranaban las voces de Julio Trujillo
                                       y Felipe Pirela

Gardel que nunca falta a la cita
cuando se trata de acompañar a un argentino
                       /en tierras lejanas
cantó Mi Buenos Aires Querido

Pruebas al canto

Hacia finales de los ochenta estando en Montevideo fuimos a cenar
                                      /al viejo Pentella en Santa Fe y Paraguay
ya por aquellos años un restaurante casi centenario
cuyo elegante salón confirmaba de tiempos pasados
                                                        /cierto esplendor
consintiendo -quizás  por un instante -el olvido de las miserias del presente

Allí fuimos ubicados en una larga mesa -los más de veinte comensales
                                                /en su mayoría orientales capitalinos

Los camareros comenzaban a servir las bebidas cuando alguien destacó
el inusual -gigantesco tamaño de una reproducción fotográfica de Carlos Gardel
                                                   que colgaba de la pared del fondo

La sola referencia al Zorzal Criollo nuestro querido Morocho del Abasto 
                        /obró como una contraseña compartida en colectivo
todos  -y a una sola voz  -comenzaron a discutir con enfático fervor
                        /sus orígenes  y lugar de nacimiento

Incluso alguien opinó que en la voz del Maestro -divino e inigualable don-
podían reconocerse /el tono y la modulación propias y tan particulares
                                                                /del gauchaje de Tacuarembó

 Las opiniones y conjeturas -resultado en alguna medida de la excitación grupal
                                      -o del ardor y celo patrióticos
fueron interrumpidas por un hombre de mediana edad sentado en una mesa cercana
                         /quién con voz grave y buena dicción dijo:
“Observen con atención su cara de felicidad  -el rostro risueño
                      /la sonrisa franca... 
 ¿ No se han preguntado por el motivo de tanta alegría ?

Todas las cabezas giraron en su dirección 
         /las miradas delataban asombro y desdén
sin embargo nadie osó responderle al indiscreto entrometido 
                     /quién  a manera de colofón agregó: 
“ Es muy simple, le tomaron la fotografía después de cantar Mi Buenos Aires querido
                     / más claro échenle agua”



Sueños


La noche húmeda y calurosa de mediados de noviembre
                ya anunciaba el verano
no dormí bien y con la primera brisa del amanecer me levanté
fui a la cocina -- preparé el mate y subí a la terraza

La luz ascendía desde el río
                iluminando las nubes bajas
que atravesaban el aliento de la ciudad  --su respiración--
      una mar-océano de monóxido de carbono
                                 gris rosáceo
      -con el primer mate me vino a la mente
el sueño que había tenido esa noche

Yo caminaba a media mañana bajo un cielo límpido transparente
por la vereda del sol del Boulevard Saint Michel
me dirigía hacia el 15 de la Rue de Vaugirard
                   al Jardin du Luxembourg

El sol ya picaba en el rostro y los brazos cuando atravesé el portal
          luego caminé  por varios senderos  y me detuve a  descansar unos minutos
                   en la Fontaine Marie Medicis

Luego continué caminando por los jardines
cuando en la distancia vi lo que parecía ser un grupo de ancianos
           reunidos en un semicírculo
               que cantaban a coro

A medida que me acercaba la melodía
                                         se me fue haciendo familiar
en el aire cálido flotaba el eco de     Oíd mortales...
El grito Sagrado, Libertad.... Libertad........
era nuestro Himno Nacional cantado con bronca energía
y ya a unos pocos metros de los ancianos comencé a reconocer los rostros
El de mi abuelo, el de mi tío Carlos quien supo tener un rosillo mañero
                          llamado Barón
  y un Bull Dog que respondía al nombre de Cuaco
  y más de treinta gatos que entraban y salían de la casa
             por una ventana sin cristales

El rostro de uno  de los ancianos que seguía el ritmo de la canción patriabalanceando el cuerpo con movimientos propios del rockme resultaba familiar -- era Tito Zanoni
   quien a pesar de haber fallecido relativamente joven y en buena forma
                  --- aquí se lo veía
                                   viejo –viejísimo, consumido

Me hubiera gustado preguntarle si en el cielo también se envejece
       pero confieso el coraje ---me palpitó en temblores

También estaba don Cancela –de botas y bombachas
y una rastra en oro y plata -ancha como un deseo
 que sentado en un banco del parque
los miraba atento mientras cebaba un mate
         no con la vieja pava de hierro
         siempre pronta sobre la económica
              sino con un termo
                grande-brillante -humeante de blancos vapores flotantes

  
Intenté hablarles y no me respondieron
cuando terminaron de entonar el himno comenzaron a cantar
con inusitado vigor
             Galway Bay
acompañados por Bing Crosby quien se acababa de unir al grupo

Les pregunté por qué estaban allí –me ignoraron
me dieron la espalda y se dirigieron hacia un escenario improvisado
                   donde una banda municipal
con mucho bronce ensayaba  La Marsellesa

Confundido -perplejo -los observé mientras se alejaban
y en mi desesperación -lo recuerdo claramente-
Les grite ¿ Diganme de una santa vez
           que mierda hacen acá?

Cuando -------para mi sorpresa
uno de los espectadores de esta escena se me acercó
y me dijo:
    ¿ acaso los muertos
    no nos hemos ganado el derecho de visitar Paris?

Era César Vallejo enfundado en un gastado ambo oscuro
   que sonriendo sacó del bolsillo exterior de su  saco
un atado de Gauloises, tomó un cigarrillo se lo llevó a la boca
le pidió fuego a Humphrey Bogart quien casualmente pasaba por allí
              con Lauren Bacall del brazo
        y  pitó con fuerza 
mientras comenzaba a caminar
                                 hacia el portal de salida 

Repentinamente se detuvo -giró ágil sobre su talones
nuevamente sonrió con cierta satisfacción
y me dijo:

“Si  Ud. se apura todavía podrá llegar al Café de Flore
     en días como estos  
--siempre antes del almuerzo--  
Carlos Gardel
     tiene costumbre de darse una vuelta por allí
lo hallará seguramente bebiendo un aperitivo
                                            /en una de las mesitas  de la vereda”

de Las promesas del día (2010)


Esteban Moore (Buenos Aires, 1952)  Ha coordinado la Colección de Poetas Argentinos Contemporáneos del Fondo Nacional de las Artes. En poesía ha publicado: La noche en llamas (1982); Providencia terrenal (1983), Con Bogey en Casablanca (1987), Poemas 1982-1987 (1988), Tiempos que van (1994), Instantáneas de fin de siglo (Montevideo, 1999, mención Honorífica Premio Municipal de Buenos Aires), Partes Mínimas (Mar del Plata, 1999); Partes Mínimas y otros poemas ( 2003, segundo  premio de poesía, Fondo Nacional de las Artes); Antología poética ( 2004, Colección Poetas Argentinos Contemporáneos, Fondo Nacional de las Artes) y El avión negro y otros poemas (2007,  Fondo Metropolitano de las Artes y las Ciencias de la ciudad de Buenos Aires).
Ha realizado la traducción de diversos autores de lengua inglesa: Lawrence Ferlinghetti, América desierta y otros poemas, (Montevideo Uruguay, 1996);Craig Czury, Tecnología Norteamericana y otros poemas (Buenos Aires, 2003); Charles Bukowsky, Una de las más ardientes y otros poemas (México, 2004);  Lawrence Ferlinghetti, Los Blues de la procreación y otros poemas (Córdoba, Argentina,  2005), Sam Hamill, Ojos bien abiertos y otros poemas, (Valencia,Venezuela, 2006), Jack Kerouac, Buda y otros poemas (Córdoba, Argentina, 2008).
En ensayo publicó: Primer Catálogo de Revistas Culturales de la Argentina (Ediciones Revista Cultura, auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación y la Federación de Revistas Iberoamericanas, Buenos Aires, enero 2001) y ha dado a conocer en revistas y diarios textos sobre la obra de Alberto Girri, H.A. Murena, Lawrence Ferlinghetti, Allen Ginsberg y la poesía argentina contemporánea, reunidos en Versiones y apropiaciones, de próxima aparición.

domingo, 6 de marzo de 2011

Papel



Si, como se ve, soy un papel. No uno de esos de envoltorio, tampoco un folio, ni siquiera de periódico… soy tan sólo un papel.  Hace un tiempo fui ladeado por mis pliegos,  se trata de esos rincones del alma que el día frunce, pero que al llegar la noche concluyen en cortes.
Hoy, yace en mí una complexión remendada, un cuerpo de cicatrices y  arrugas arcaicas. No elegí ser un papel, simplemente lo soy, nunca se trató de escoger, se es y se aprende a confiar en estos pies, los que configuran algunos pasos.
Hace tiempo que soy un papel en la calle, camino con el viento por la avenida, no recuerdo ni para quien, ni para que pude servir… o será que siempre fui el resto de algo, de algo que ya no está. Muchas veces me barren y hasta llegan a dibujar en mí, aunque es cierto, la mayoría de las veces mi presencia se debate entre ser pisada u olvidada.

Veo a los otros papeles, los cuales creen ser importantes, ataviando su piel con palabras que le dan sentido a algo pasajero; Mi querido amigo, la tinta es efímera porque realmente vale la pena. Otros de nosotros circulan abrazados a caramelos perecederos. Pobres papeles, todavía no saben que el precio de nuestra longevidad es la soledad. Ver  alejarse a todo lo que fuimos, a todo en lo que nos hemos proyectado. Dejar de valer, y ser relegados a las sombras que vagan entre el extravío y lo superfluo.
Alguien se comerá ese caramelo;  es que no se enteran! no nos quieren a nosotros!, alguien se comerá ese caramelo y tirara el papel. Sólo algunos, unos pocos, burlaran el destino colectivo, y serán guardados para amparar un recuerdo, durmiendo entre los bastidores de un libro que incluso,  adorna algo que ya pasó, pero sigue siendo ofrecido en repisas y bibliotecas caseras, se lo exhibe en el  escaparate de lo inanimado, como si de un trofeo se tratara, las recompensas viven inertes. Alguna vez ese libro también tuvo vida, hubo un día que fue concebido con el vigor de la creación, y ahora allí con un papel dentro, tomado para ocultárselo al tiempo, detentado por un instante posesivo, pero instante al fin… ¿acaso vale la pena vivir así?.

La brisa de esta mañana me arrastró hasta el río, la corriente,  mecedora constante,  agarró mi mano y partió conmigo de viaje, un viaje que no hunde y sin embargo me hace frágil, una debilidad buscada tal vez, sentirme endeble después de tanto tiempo, sentir luego de tanto, de tanto desuso, ahorro y omisión,  la verdad es que no está nada mal, un goce de agotamiento hacia el bienestar que atraca en la tranquilidad. Quizás no exista otro infierno que padecer el olvido, probablemente la única forma de relegarlo sea abandonar  este compromiso, ¿hasta dónde me podrá conducir el rio? Ya no me siento papel, ya no me ves.